2011/03/09

ALGO SOBRE NUFLO DE CHAVES

EN HONOR DEL FUNDADOR

Se considera probable que, a fines de octubre de 1568, ocurriera la muerte
del Capitán D. Ñuflo de Chávez, desgracia que truncó sus geniales designios
e, indudablemente, influyó en términos sobre el futuro de su fundación
chiquitana. El texto que sigue contiene la mente de Terceros Banzer al
respecto:

"Si honrar a los padres es mandato moral ineludible, incorpo­rado
prácticamente a todas las culturas de la tierra y no sólo a la Ley mosaica,
rendir honor y veneración al que puede ostentar con legitimidad irrebatible
la paternidad de nuestro conglomerado social cruceño resulta igualmente
obligatorio.
Y si nosotros aun no hemos cumplido en la medida de lo de­bido con la
memoria del egregio fundador -porque los nombres de una provincia, de una
calle, de una plaza, no son suficientes pa­ra su grandeza que está esperando
el bronce y el artista- por lo menos avivamos hoy el fuego del recuerdo, al
conmemorar los cuatro siglos de su trágica muerte.
¡Ñuflo de Chaves! Si su nombre rotundo engloba sonidos de suave caricia y de
restallante latigazo, su figura histórica atrae lo mismo al investigador
sereno que al agradecido vástago y a su rededor se teje la leyenda épica y
la verdad no menos heroica.
Considerado por muchos como el más esforzado de los pala­dines de la
corriente hispana del Río de la Plata; el incansable, la centella, el de la
persuasión y el de la guerra, el consejero de Irala y el maestro de Garay,
su obra es hasta ahora poco difundida. Pero entre aquellos que hurgan los
viejos papeles y extraen las lógicas consecuencias modernas, nuestro
fundador tiene amigos, admiradores y comentaristas, que mucho bien haría
popularizar.
Nada es que procediese de vieja cuna hidalga, la de los Chaves de Escóbar,
de Trujillo, ni que en ella misma se meciese el futuro confesor del Rey
Felipe. Poco dice el que, apenas mozo veinteañero, figurase entre los
capitanes de la hueste de Cabeza de Vaca, el veterano de la Florida, y fuese
encomendado de tare­as de responsabilidad que cumplió con pleno éxito. Su
figura ya comienza a distinguirse en los afanes de Asunción, donde se po­ne
al lado de Domingo Martínez de Irala, del que resulta uno de los más íntimos
colaboradores. Río arriba hacia San Fernando y la Candelaria. Cruzando los
altozanos para tejer de sendas y ciu­dades el Guayrá. Río abajo hasta el
despoblado Puerto y Ciudad de Nuestra Señora del Buen Ayre. Aracay hacia el
noroeste hasta topar las estribaciones de la sierra potosina. Chaco adentro
tras los payaguás asesinos de Ayolas. Y Asunción misma, en consejo y en
juerga, en paliques de enamorado y en conversación de ca­pitanes. Todos los
vientos de la rosa le vieron gallardo, imponente, generoso, hidalgo,
guerrero, navegante, jinete andarín, jefe, amigo, hogareño, político, leal.
Sin embargo su destino no marcaba la capital paraguaya co­mo el sitio de su
gloria, sino como el trampolín de su fama. Y ya ésta pregonó el nombre de
Chaves como el del primero de los conquistadores que hubiese atravesado el
Continente Sudameri­cano, de mar a mar, por la inmensidad oceánica de la
selva, mi­diendo paso a paso jornada a jornada, las mil leguas que van de
Santa Catalina al Paraná, del Iguazú a los Jarayes, de los Jarayes a
Charcas, de Potosí al Cuzco, del Altiplano a Lima. Pues si su paisano
Orellana, en los meses en que Chaves cruzaba el At­lántico, ya hacía la
navegación del Coca, del Napo y del Amazo­nas, cruzando el Continente en
barcas; el nuestro, un lustro des­pués, luego de secundar a Irala en la
primera entrada a los llanos de su futura epopeya, mandado por éste, trepa
las sierras llegan­do a Charcas por Tomina y sigue por Potosí al Cuzco hasta
en­contrarse con el Pacificador La Gasca y retratarse el afable rostro en
las verdosas aguas del Callao.
Vuelto con gente nueva en cumplimiento de la promesa he­cha a su Gobernador,
no sólo cumple su encargo sino que arrea las primeras vacas y cabras para el
interior del continente y mar­ca una voz más el punto culminante de una
historia de coloniza­ción con sentido, como la que él soñaba hacer.
Pero he aquí que Irala se le muere, cuando quería seguir sus consejos de
continuar con las entradas y de desencantar la tierra. Ya no hay lazo de
jerarquía que lo ate a la vida cada vez más moliente de la Casa Fuerte. Y
sale de nuevo, bien provisto de gente y de intenciones, por febrero de 1558,
otra vez do arriba hasta Jarayes y de ahí al Poniente clavado tras sus
huellas y las de su gloria. En nada le arredra el cansancio de los más, las
guazabaras de los indios ni los espantos del clima y de la selva. Deja
retornar a los timoratos, que ya volverán tras de SUS obras; con­vence, y
cuando no puede castiga, a los infieles que terminan so­metiéndosele;
siembra y cosecha, porque él no tiene apuros pero sí experiencia; hurga el
Chaco; se solaza en la sierra y en el ca­ñón chiquitanos; se asoma a Moxos;
tienta la llanura sabanera de Grigotá y se refresca en las aguas turbias del
Guapay o en las cristalinas del Chunguri. Procede a una primera fundación a
orillas de éste, que es el Parapetí de nuestros días y le sale a discu­tir
derechos Andrés Manso, el "mal apellidado". El destino le al­canza otra
cuerda para que trepe más alto y helo aquí de nuevo en Lima, dialogando con
su medio pariente el Virrey Hurtado de Mendoza, allegado de la esposa que
dejó con tiernos retoños, ca­be el Paraguay.
Arreglado a medida su enojoso pleito, retorna en funciones de Gobernador de
una nueva provincia, independiente de derecho -que de facto ya lo era desde
años atrás- de los amigos asunce­nos y superior en todo a don Andrés, de
quien aprovecha no sólo el mal talante sino los buenos capitanes.
Ya está Chaves en la cúspide de su obra. En la memorable mañana del 26 de
febrero de 1561 nos funda y nos bautiza, y si había nacido cruceño de
Extremadura, en el cortijo aledaño Truji­llo, se nos hace cruceño de
América, padre de nuestra historia y ejemplo de nuestras ansias.
Tres años más tarde retorna a Asunción donde fue declarado traidor,
separatista y alzado; pero sus éxitos "que la fama prego­na" echan tierra a
las viejas disputas y es recibido con honores de su rango y con esperanzas
en su generosidad. El sólo va, lo dice, a recoger a su familia; pero resulta
despoblando Asunción, casi cómo lo hiciera Irala en su tiempo con Buenos
Aires. Gober­nador, Obispo, Oficiales Reales, capitanes y soldados,
criollos, in­dios de compañía, frailes y aventureros, todos quieren seguir
al capitán del éxito; y el capitán quiere también -no lo dice- que b sigan.
Para él la gloria no estaba sólo en fundar ciudades o en so­meter naciones,
sino en desvelar el misterio de la tierra. Si era necesario aguijonear el
entusiasmo con fábulas de plata y conse­jas de cacique, usa del medio
disculpándose en conciencia, pues así desencantará la tierra y no perecerán
otros en la demanda, como lo afirma en memorial célebre.
Porque éste era el temple de los capitanes íberos y no el de la leyenda
feroz de ambición de oro, de que tanto se nos atosiga. Había que conquistar
la tierra para el Rey y para Cristo. Y había que abrirla para todos,
conociéndola, poblándola, encordándola de caminos y anudándote de ciudades.
Don Ñuflo hizo escuela. De su saga -uno de los diez factores que componen la
biografía de Sud América, según el moderno historiador Samhaber- brotó el
impulso juvenil de don Diego de Mendoza, su sucesor en el gobierno, que
quiso que Santa Cruz, y con ella América, se diese sus propios gobernadores,
sin que­brantar su lealtad al Rey. De su espíritu y su concepción
geopolí­tica de la conquista, alumno aventajado resultó Juan de Garay,
co-fundador de Santa Cruz y repoblador de Buenos Aires junto a sus hijos,
criollos y cruceños. De su estirpe -de la espiritual, que no quedaron de la
otra, segada prontamente por un viento de tragedia- son todos aquéllos que
en el Virreinato o en la República expandieron la civilización y la fe hacia
todos lados, desde esta ciudad capitana, que tiene en su haber y en el de
Chaves la siembra de cultura en todo el interior más íntimo de América.
Porque es de ellos, de Chaves y de Garay, el concepto con el que quiero
concluir esta disertación. El interior se debe poblar, develar, desencantar
y desde allí debe irradiarse hasta llegar al mar, para abrirle puertas a la
tierra. Dijo Chaves al informar al Rey de lo que le había sucedido en su
labor de América: "Aunque no se siguiese otro interés más que poblar y
desencantar la tierra, era gran servicio a Su Majestad porque de este bien
resultaría que otros no se perdiesen". Y dijo el de Garay al abandonar Santa
Cruz en el mismo año y por la misma época en que se cortaría la vida de su
jefe: "Hay que fundar puertos para abrirle puertas a la tierra".
Cuando Chaves acompañaba de vuelta a los colonos paraguayos, entre los que
ya se contaba Garay, le llegó el final que a todos nos espera. Descansando
en su hamaca junto a los itatines, unos indios que él trasladó como amigo de
la otra orilla del Paraguay al lado Occidental, tal vez por la altura de
Santo Corazón, confió demasiado en sus promesas de lealtad y se quitó el
yelmo de combate. Un palazo dado con furia no sólo le privó la vida, sino
que casi cortó su esfuerzo, su ideal y su empeño. Desde su muerte no se
volvió a transitar el camino al Paraguay, de donde puede bien inferirse no
sólo lo desierto que quedó el Chaco y Chiquitos, sino hasta nuestro cruento
y disparatado conflicto de hace 35 años. Abandonada la frontera hispano -
portuguesa en la región central, se hizo posible el avance bandeirante hasta
el Mato Grosso y el río, ampliado después, un siglo atrás hasta el limite
actual, trescientos años
debieron pasar para que sus hijos, los cruceños,
acometiesen de nuevo su obra. Y ahora a los cuatrocientos, queremos ser
dignos de su fama y enfilar hacia su ruta, de la grandeza del interior de
América.
Sea esta ocasión en la que revivimos su memoria, la de nuestra promesa.
Levantémosle en el sitio de honor su monumento y arraiguémosle en nuestros
actos y en nuestra conducta, para hacer de Santa Cruz de la Sierra, la de
sus sueños, la capital de América por el trabajo, por la concordia y por la
honra".
Santa Cruz, noviembre de 1968".

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